Cuentos reunidos de Amparo Dávila
Con toda humildad confesaré que soy un virtuoso del dolor. Esta noche, mientras sufría hecho un nudo en la escalera, salieron a mirarme los gatos de mis vecinos. Estaba asombrados de que el hombre tuviera tal capacidad para el dolor. Apenas noté su presencia. Sus ojos eran como teas que se encendían y se apagaban. Debo haber llegado con toda seguridad al 10º grado. Perdí la cuenta, porque el paroxismo del dolor, así como el del placer envuelve y obnubila los sentidos.
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