La caja negra de Amos Oz
Al otro lado de la cerca hay dos higueras y un olivo. Tras ellas dan comienzo las empinadas laderas del uadi. Y al otro lado del uadi se ve el enclave árabe, ni barrio ni pueblo, una bandada de casitas de piedra arracimadas alrededor del minarete. Antes del alba los gallos me llaman insistentemente desde allí, como intentando seducirme. A la salida del sol las cabras balan, y a veces llego a oír el tañido de las esquilas del rebaño partiendo a ramonear al borde del desierto. Todo un batallón de perros estalla a menudo en ladridos que la distancia amortigua. Como las cenizas de antiguas pasiones. Por las noches su ladrido disminuye hasta el umbral de un aullido estrangulado. El muecín a su vez responde con su propio lamento, gutural, desenfrenado, consumido de deseos velados. Es verano en Jerusalén, Alec. El verano ha llegado y tú no. Pág. 98. |