Una novela encantadora, escrita por un novelista encantador. Alphonse Daudet es uno de los más entrañables y simpáticos escritores que yo conozca, una especie de hermano pequeño y francés de Charles Dickens, que es mucho decir.
En la presente novela, Daudet se divierte metiéndose con los franceses del sur, que buena fama tienen de fanfarrones y embusteros. Y Daudet nos dirá que, lejos de eso, simplemente son algo exagerados, y creen de buena fe en las mentiras que se inventan a cada paso. Por ejemplo, en el pequeño y alegre pueblo de Tarascón, en el que todos son locos por la caza... pero hace mucho que no hay animales salvajes disponibles. Eso no arredra a nuestros intrépidos amigos: cada domingo sin falta se van al bosque, con escopetas y perros de caza, se zampan un almuerzo fastuoso y luego de eso, a falta de animales, cazan gorras. Sí, gorras: las lanzan al aire y las llenan de agujeros de bala, proclamando como campeón a quien las agujeree más. El gran Tartarín es el rey de los cazadores de Tarascón.
Y Tartarín es un gordito bonachón, buen amigo, comilón y un poquito engreído. Y claro, cómo no ser engreído cuando eres el líder de tu pueblo, todos te tienen por gran valiente y cazador, el primero y más dispuesto a la batalla... sólo que en Tarascón no hay batallas. Y Tartarín, que vive rodeado de armas exóticas y árboles de todos los confines del globo (pero en miniatura... es que en Tarascón un nabo bien puede volverse un baobab), se verá en la necesidad de ir al África, a cazar un león.
Burgués hasta la médula, aunque soñador, Tartarín no está hecho para tales aventuras. Es gordito, ingenuo y amigo de las comodidades. Casi no sabe nada del mundo real, y se va a Argelia vestido como un turco... para encontrarse con una ciudad fea, pobre y gris, donde el único turco es él. Un hombre así es pasto para los timadores y malvados, y lo único que consigue es ponerse en problemas a sí mismo.
Pero Daudet -al igual que Dickens- siempre guarda cariño por sus personajes, y aunque hagan tonterías, siempre quiere lo mejor para ellos. Así Tartarín, a pesar de que ni siquiera se da cuenta de que todos se ríen de él, conseguirá salir bien librado de sus aventuras, e incluso ser un ídolo a su vuelta a Tarascón.
Una novela deliciosa, para leerla con una sonrisa constante. Y también una muestra del naturalismo amable pero mordaz de Daudet: nos describe la sociedad de su tiempo con detalle, sin escurrirle el bulto a los temas más tristes y escabrosos. Pero, a diferencia de Balzac o Zolá, tiene un ánimo alegre, de una alegría dulce, que frente a lo feo y triste del mundo nos ofrece una sonrisa melancólica, y una burla suave que no lastima de verdad.
Una cosa sí puede chocar al lector moderno, y es la naturalidad con que Daudet lanza prejuicios y estereotipos raciales o de género. Para él, es normal darnos a entender que los negros son ingenuos como niños (incluso como monos), que los árabes son sucios o que las mujeres son un lindo adorno, en ésta y en otras novelas. Supongo que esa es la razón para que no sea un autor popular en nuestros días: sin embargo, ese racismo y machismo era propio de su época, y creo que sería injusto condenarlo por ello; además, sus propios compatriotas no quedan exentos de la ironía fina de nuestro narrador.
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