Chicas muertas de Selva Almada
Mi casa, la casa de cualquier adolescente, no era el lugar más seguro del mundo. Adentro de tu casa podían matarte. El horror podía vivir bajo el mismo techo que vos.
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Calificación promedio: 5 (sobre 67 calificaciones)
/Siempre pienso que llegué a la escritura un poco tarde porque desde chica me gustaba mucho leer pero no escribía. Yo siempre quise ser periodista y cuando terminé la escuela me fui a estudiar periodismo y recién ahí en la carrera empecé a escribir ficción, para eso ya tendría 19 o 20 años y lo primero fueron cuentos más bien cortos que publicaba en un suplemento cultural de Paraná, ciudad en la que yo vivía. La novela vino muchísimo después.
Poesía escribí muy poco, tengo un libro de poesía que fue lo primero que publiqué aunque no fue lo primero que escribí. Tuve una incursión muy rápida por ese género, me parece que es muy difícil escribir buena poesía y yo no lo estaba haciendo bien. Así que me retiré. Lo que escribo y más disfruto es narrativa, intenté con el teatro y no resultó, he escrito un par de guiones pero son formatos que me cuestan mucho. En la narrativa, ya sea cuento, novela, relato, crónica es donde me siento más a gusto.
Los escritores y en general los artistas me parece que siempre tienen que estar un poco en la vereda de enfrente del poder, ser críticos con el poder establecido, incluso cuando pasa de vez en cuando que hay gobiernos con los que una puede simpatizar, también hay que estar siempre alerta y viendo qué cosas no están funcionando. A mí sí me gusta comprometerme con lo que pasa en la sociedad. No sé si esta es una regla para todos los escritores pero a mí sí me gusta y sí me gusta conocer escritores que tomen posición, que digan lo que piensan, el escritor que no se queda solamente en los universos de su literatura si no que pueda también participar activamente de la vida de su comunidad, me interesa ese tipo de escritor.
Hay muchos escritores anteriores a mí que yo admiro y que siento que quizá mis relatos podrían tener una afiliación ahí como Juan Rulfo, Horacio Quiroga, Daniel Moyano, Sara Gallardo y entre escritores o escritoras contemporáneos me gusta mucho Liliana Colanzi, más allá de que el imaginario de ella esté más cercano al género fantástico o a la ciencia ficción, también tiene algunos relatos rurales que me parece que podríamos estar hablando de las mismas cosas. Me gusta mucho Diego Zúñiga que también tiene relatos urbanos pero su novela Racimo, parte de un caso real de un asesino serial de mujeres y él lo lleva a la novela, de alguna manera ese libro y mi libro Chicas muertas podrían estar en diálogo. Y con muchos otros escritores argentinos que también están ocupándose de universos un poco más rurales, Hernán Ronsino me gusta mucho, algunas cosas de Federico Falco...
Tuve diferentes percepciones. Cuando yo empecé a escribir, en los noventa, no había leído muchas escritoras mujeres con las que yo me sintiera identificada, entonces casi todas mis lecturas importantes habían sido de escritores varones. Tuve mucho la idea equivocada de que había una escritura de mujeres que solamente les hablaba a las mujeres y yo no quería ser ese tipo de escritora. Equivocada porque no había leído un montón de escritoras mujeres que con el tiempo, por suerte, fui encontrando. Y después o a partir de eso, me di cuenta que ser mujer no era una incomodidad a la hora de escribir, que no tenía que tratar de escribir como los varones para que me leyeran más, algo que en algún momento pensé, «que no se note que soy mujer». Eso me llevó muchos años entenderlo. Ahora no es un problema para mí ser mujer y ser escritora, no estoy tampoco pensando mientras escribo en que soy mujer, ahora no es más que una circunstancia. También es verdad que estos últimos años las escritoras mujeres hemos tomado visibilidad y hemos ocupado lugares que antes nos estaban directamente vedados, entonces eso también hace que una se empiece a sentir un poco más acompañada.
La idea de llevar a una escritora al rodaje y que de ahí saliera un libro fue de los productores de la película con el acuerdo de Lucrecia Martel. A mí su cine me encanta así que enseguida dije que sí. La consigna era que yo fuera y después podía hacer cualquier libro, eso me encantó en un principio pero a la hora de escribir el libro fue un problema. Primero había pensado en un libro de entrevistas así que entrevisté a la gente que había estado participando de la película. Después pensé en un libro que hablara también de la novela de Benedetto y de otro intento de llevarla al cine que había habido en los años ochenta pero tampoco me entusiasmó la idea. Tenía las notas que yo había escrito durante el rodaje y las entrevistas, ahí se me ocurrió ese formato de notas, de escribir pequeñas escenas que me habían llamado la atención, algunas tenían que ver directamente con el rodaje y otras más con los lugares. Me gustó también la idea de que no haya una cronista, los textos son en su mayoría en tercera persona y la idea de tener instantáneas o momentos y hacer textos más líricos que narrativos y por ahí fue la escritura.
Retomé una novela que tengo empezada y abandonada desde hace muchos años que no tiene título todavía. Habla de unos amigos que van a pescar un fin de semana y la idea es que todo lo que pasa en la novela va a trascurrir en esos dos o tres días que ellos están pescando en una isla del Paraná. Estoy más o menos por la mitad, no sé bien cómo va terminar. A los personajes siento que los conozco un montón y la voz del texto la tengo, el ritmo, el tono, pero me falta resolver algunas cuestiones que tienen que ver más con la trama.
Cuando empecé a escribir, en la carrera, empecé a leer a Onetti por una profesora que era muy fanática suya. Me pareció impactante y que para ser escritor había que escribir así.
Me pasa cada tanto leer un autor o una autora y decir para qué escribir si ya está escrito esto. Me pasó con Camanchaca, la primera novela de Diego Zúñiga, es una novela preciosa y que además él escribió cuando tenía veinte años.
De chica descubrí la lectura y para mí fue un gran impacto, leía mucho estos clásicos juveniles como May Alcott, Emilio Salgari, Mark Twain… Cada lectura era descubrir de nuevo que lo mejor que me había podido pasar en el mundo era leer.
La verdad es que no soy mucho de relecturas, por ahí me pasa más con la poesía. Ahora estoy leyendo una poeta contemporánea, de otra generación, que se llama Estela Figueroa, releo sus poemas bastante seguido.
Hay un montón de libros que «hay que leer» y que yo no leí. El Ulises lo intenté algunas veces y no se pudo pero no me avergüenza. El Quijote no lo leí entero, eso sí me da un poco de vergüenza.
A mí lo que está en el canon siempre me da un poco de desconfianza. Si no leí un clásico qué, eso me hace peor lector o escritora, creo que no. La imposición de ciertas lecturas es algo que me suele alejar de esos libros. No sé si están sobrevalorados pero sí pienso que lo que a veces está sobrevalorada es la opinión de determinada gente sobre los libros.
Me gusta mucho el comienzo de un relato muy breve de Sam Sheppard que se llama Nosotros y los dinosaurios. Las primeras líneas de ese relato las tengo siempre en mente, tal vez no textualmente pero está ahí.
Hace algunos años un amigo me pasó una novela que se llama El camino de tabaco de Erskine Caldwell y fue una especie de revelación esa lectura. En ese tiempo no se conseguía su libro, había una traducción hecha al castellano en Argentina hecha hacia los setenta y no se conseguía. Con este amigo íbamos a las librerías de viejo y comprábamos los ejemplares de esa novela para dárselos a otras personas. Lo hicimos por un tiempo. Y después una autora Ana Paula Maya, brasileña, leí De ganados y de hombres y me gustó muchísimo, me pareció una escritura muy densa, ambientes de una ruralidad violenta, medio espeluznante y de mucha fuerza.
Ahora empecé a leer otra novela de esta autora, Entierre a sus muertos y me está gustando.
27 de octubre, 2023 | Sala Augusto Raúl Cortazar Presentación de los libros Un viaje al país de los matreros de Fray Mocho y Los inocentes de Selva Almada y Lilian Almada. Estos dos libros abarcan dos siglos de la literatura entrerriana, historias del siglo XIX y del XXI que son diferentes pero que presentan elementos que dialogan entre sí, que construyen un imaginario y una lengua que excede lo entrerriano.
Chicas muertas de Selva Almada
Mi casa, la casa de cualquier adolescente, no era el lugar más seguro del mundo. Adentro de tu casa podían matarte. El horror podía vivir bajo el mismo techo que vos.
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El viento que arrasa de Selva Almada
Dos por tres se internaban en el monte y observaban su comportamiento. El monte como una gran entidad bullente de vida. Un hombre podía aprender todo lo necesario solamente observando la naturaleza. Ahí, en el monte, estaba todo escribiéndose continuamente como en un libro de inagotable sabiduría. El misterio y su revelación. Todo, si uno aprendía a escuchar y ver lo que la naturaleza tenía para decir y mostrar.
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El viento que arrasa de Selva Almada
¿Qué es la muerte si no la misma cosa, vacía y oscura, sin importar cuál sea el brazo que la ejecuta?
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Chicas muertas de Selva Almada
¿Cómo podía ser que el marido la violara? Los violadores siempre eran hombres desconocidos que agarraban a una mujer y se la llevaban a algún descampado o que entraban a su casa forzando una puerta. Desde chicas nos enseñaban que no debíamos hablar con extraños y que debíamos cuidarnos del Sátiro. (...) Nunca nos dijeron que podía violarte tu marido, tu papá, tu hermano, tu primo, tu vecino, tu abuelo, tu maestro. Un varón en el que depositaras toda tu confianza.
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Intemec de Selva Almada
Una vez escuchó que su abuela Nena le decía a una amiga: Vero no puede tener más hijos porque con los embarazos se le afloja la chaveta. Aunque lo dijo con esa media voz que usan las viejas para hablar de cosas secretas delante de los niños, ella la escuchó y entendió bien por más que no supiera el significado exacto de la palabra chaveta, tan graciosa. |
El desapego es una manera de querernos de Selva Almada
Aquel había sido un verano sin lluvia y las paladas de tierra cayeron sobre el ataúd como si lo estuviesen apedreando.
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Chicas muertas de Selva Almada
No sabía que a una mujer podían matarla por el solo hecho de ser mujer, pero había escuchado historias que, con el tiempo, fui hilvanando. Anécdotas que no habían terminado en la muerte de la mujer, pero que sí habían hecho de ella objeto de la misoginia, del abuso, del desprecio. Las había oído de boca de mi madre. |
El viento que arrasa de Selva Almada
Pearson creía fervorosamente en cada palabra que salía de su boca. Creía que Cristo era el fundamento de esas palabras. El gran ventrílocuo del universo se hacía oir por la boca de su muñeco, que era él
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Chicas muertas de Selva Almada
Yo creo que lo que tenemos que conseguir es reconstruir cómo el mundo las miraba a ellas. Si logramos saber cómo eran miradas, vamos a saber cuál era la mirada que ellas tenían sobre el mundo.
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No es un río de Selva Almada
Entran al monte con paso confiado. A la humedad del sereno que viene desde el río. Todo oscuro pero ellos, como los gatos, se mueven mejor en la oscuridad.
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La edad de la inocencia