Alfons Cervera pone un broche a su combate con la desmemoria en "El boxeador".
Enlace: https://www.lne.es/cultura/2.. |
Alfons Cervera pone un broche a su combate con la desmemoria en "El boxeador".
Enlace: https://www.lne.es/cultura/2.. |
¿Te ha picado alguna vez una abeja muerta? El reciente libro de Alfons, lo presenta bajo el anterior subtítulo, tomado del diálogo mantenido en la película "Tener y no Tener", entre Walter Brennan y Humphrey Bogart, demostrando su querencia por las películas clásicas. Después del inciso, entro en materia. Leído el libro, no esperaba menos de Alfons. Un escritor que habita en los márgenes de la literatura, recordándome a Saer, otro escritor poco convencional. Alfons repasa en tan personal libro, aquellas lecturas y autores que de alguna manera han tenido su significación en su actividad lectora y los rescata para dárnoslos a conocer, ajenos a los intereses comerciales del mercado editorial. Apenas he leído unos cuantos, mea culpa. Coincido plenamente en valorar "Ronda del Guinardó", como una de las mejores obras de Marsé, de hecho hablé de ella por aquí (ver). Me alegra enormemente que tenga a Julio Ramón Ribeyro entre sus escritores más valorados. Sus cuentos son extraordinarios. Por aquí comenté una excelente selección de sus cuentos en edición de "Cátedra" (Ver). Comenta Alfons en torno a ellos: "La mayoría de esos cuentos aparecían reunidos en La palabra del mudo. Me lo zampé de la primera a la última página y me convertí en un predicador de su literatura." Rescata de los estantes, "Prosas Apátridas", libro que leí hace tiempo y recuerdo gratamente. Está escrito a base de textos breves, pensamientos y especie de aforismos. Lo explica mejor Alfons: "Sus páginas reúnen textos no adscritos a ningún género literario. Muy breves, esos textos. Todos ellos, eso sí, de una contundencia que cuesta asumir del todo en una primera lectura. Has de repetir esa lectura. Así, poco a poco, te vas adentrando en un mundo que conocías, pero que nadie te lo había contado en voz alta y tan clara como la de Ribeyro." Y, como bien dice nuestro autor, hubo mucho de "alharaca" en el boom latinoamericano, lo comenté precisamente cuando hablé de sus cuentos, que Ribeyro y Onetti quedaron fuera de "aquellos fuegos de artificio", y más que ganaron ellos, sin duda. Dos escritores que sentían la literatura "desde dentro": "El boom literario latinoamericano tuvo bastante de mercadotecnia. Pero a pesar de eso, nadie puede negar que ahí se dieron cita algunas de las mejores plumas y olivettis de todos los tiempos. Yo me quedo, por poner tres, con García Márquez, Cortázar y Juan Carlos Onetti (aunque este último anduviera casi por libre, con más pies fuera que dentro de ese itinerario). Bueno, y con Juan Rulfo. O sea, me quedo con cuatro." "Pero aquí quiero sacar a otro escritor y añadirlo a los cuatro anteriores. En este rescate arriesgado de textos y autores que permanecían entre sombras, no podía faltar Julio Ramón Ribeyro." Y vuelvo a emocionarme cuando, aprovechando que ha salido a colación su nombre, rescata a Onetti y mi preferida de él junto a un buen montón de cuentos y "El Astillero" o "La Vida Breve". La obra no es otra que "Los Adioses". Obra excepcional, novela corta, como suele gustar a Alfons, pero de lectura muy atenta plena de detalles: "Antes de cerrar este libro, pensé dedicar un capítulo a Juan Carlos Onetti. Pensé en alguno de sus cuentos: La larga historia, por ejemplo. Pero finalmente decidí que lo haría sobre la que considero su obra maestra: Los adioses. La publicó en 1954 y tal vez sea una de sus obras menos conocidas. Dice la letra editorial que es una “novela corta”. Como si eso importara. Bastan setenta páginas para conseguir una obra sagrada de la literatura universal. Para qué más. No entiendo esa manía de escribir novelas de ochocientas páginas. En el siglo XIX podía tener sentido. En el XXI no creo que lo tenga tanto." Me sorprende de nuevo y, para bien, ¡cómo no!; con Ramón Lobo y su libro "Todos náufragos", obra de corte autobiográfico, con el recuerdo de su padre sobrevolando la narración. Ramón se deja "cuerpo y alma". Qué bien lo explica Cervera, conectando con un libro extraordinario suyo, "Otro Mundo", del que comenté por aquí (Ver): "Acabé Todos náufragos en medio de una emoción apenas contenida. La saga familiar, con esas constantes referencias a las que llenan el árbol genealógico de muchas otras sagas maestras de la literatura. Ahí García Márquez siempre, con un fusilamiento que no es el punto final de una historia sino el que señala magistralmente su comienzo. Ahí esa soledad que tantas veces aparece en las páginas del libro. Ahí la urgencia de ir a la estantería de los más imprescindibles y recuperar los versos de Pedro Garfias: “Tú no sabes / del horror de los llantos solitarios”. Por suerte o por desgracia, sí que lo sé. Y digo que lo sé porque cuando ya hacía más de veinte años que mi padre había muerto, supe quién había sido él realmente, cuál su vida escondida en un secreto que nadie conocía y que habría de marcarlo para siempre. de ahí, salió una novela (o lo que sea) que se titula Otro mundo y es –aquí la diferencia con el de Ramón Lobo– el relato de un diálogo imposible, de una historia sobre el daño que provocan los silencios, de ese miedo que como un picotazo de alacrán se quedó –se nos quedó a los dos– en el alma más o menos visible de lo irremediable, como dice Eliot que son todos los pasados." Habla de Jean Rhys, de la que leí hace bastante tiempo "Ancho mar de los Sargazos", "Cuarteto" y "Viaje a la Oscuridad", excelentes todos. Pero precisamente el que comenta Alfons no lo he leído, "Después de dejar al señor Mackenzie". Para el debe queda. Extraordinaria y personal escritora, sin duda: "Toda su vida fue como una puerta que se abría y cerraba constantemente. Lo mismo sucedía con los personajes de sus novelas." "Escribiría y publicaría novelas y relatos: La orilla izquierda, Cuarteto, Después de dejar al señor Mackenzie, Viaje a la oscuridad, Buenos días, medianoche… Y no pasaría nada. Lo normal en su vida real y literaria: desaparecer." Pasa lo mismo con la exquisita Carmen Martín Gaite. He leído algunos de sus libros, pero el que rescata no. Además, es como él cuenta, una elección muy particular. Varias veces conversó con ella y el autor echa de menos esos encuentros, como tan bien lo refleja en el siguiente fragmento: "Ya no habrá más encuentros con Carmen Martín Gaite, al menos ya no habrá más conversaciones en directo, como siempre que venía a Valencia y yo la veía como a Vanessa Redgrave o Jane Fonda en una película de biografías resistentes, con un escritor genial y borracho al fondo de la historia. Los sueños están hechos de una materia especial, decía ese escritor. La literatura, al menos la de Carmen Martín Gaite durante tantos años, también se construye, muchas veces, con esos mismos materiales." De Patricia Higsmith, tuve un tiempo que la leí bastante. Cervera rescata un tomo que tiene desecho, "Aguas Profundas" o "Mar de Fondo", en otra traducción. Impagable de nuevo su manera de detallar: "Son doscientas ochenta y siete páginas de letra apretada, constreñida en una caja sin apenas blanco a los lados. El libro está descuartizado. En cuatro bloques. El primero desde la página 1 hasta la 68. El siguiente desde la 69 a la 142. Hay un tercer montón que va de la 143 a la 226. Y el último trozo del desmembramiento contiene de la 227 a la 288, que acaba con la palabra FIN escrita así, toda ella en letras mayúsculas. La contraportada está suelta, como el ala rota de un pájaro abatido. El lomo casi ni existe. Sólo aparece lo siguiente: S PROFUNDAS, y un poco apartado de ese rótulo extraño un nombre escrito en cursiva: Patricia Higsmith. La edición es de enero de 1964. Salió en la colección Marabú Suspense, de la editorial Bruguera. Se trata de la primera edición de Aguas profundas, la segunda o tercera novela de una escritora casi única en la literatura de todos los tiempos." Hay unos cuantos libros que menciona que los tengo en el cada vez más amplio estante de lecturas pendientes. Ahí están "Las Afueras" de Luis Goytisolo, "La Insolación", de Carmen Laforet o los relatos de Jean Ray. Como en otros libros suyos, tiene un recuerdo entrañable para aquellas lecturas lejanas de las novelas del oeste: "Se dice que somos lo que leemos. Una frase hecha. Como tantas otras. A mí se me ocurre una réplica. O su complemento. Somos lo que leímos cuando no sabíamos quiénes eran Flaubert, Virginia Woolf, Dostoievski o William Faulkner. Cuando llegué al hachazo que Raskolnikov descarga sobre la vieja usurera me había zampado mil novelas de Silver Kane, George H. White, Edward Goodman o Marcial Lafuente Estefanía. Y de muchos más como ellos. El autobús de la tarde que traía al pueblo un día a la semana las novelitas del Oeste, del FBI, del Servicio Secreto o para las chicas (entonces era entonces) Carlos de Santander y Corín Tellado. Ahí aprendimos a leer cuando en el cine pasaban los fines de semana Veracruz, Pánico en las calles o La leona de Castilla. Claro que eran otros tiempos. Y otras casas. Y otra manera de vivir una vida que más que vida era una mierda en la literatura y en todo." Alfons desempolva un montón de autores y libros "ocultos", poco conocidos y seguro que gratos tesoros: Beppe Fenoglio, Concha Alós, Dolores Medio, José Avelló, Víctor Orenga, Pablo Solozabal, Carmen Nonell... Una larga lista a descubrir, sin duda. Y también, antes de finalizar el libro, tiene un recuerdo entrañable para Bécquer, de la mano de Luis Cernuda: "Siempre amé a Gustavo Adolfo Bécquer y su poesía. Nunca me conformé con la sospechosa, excesiva, sencillez de sus versos, desnudos de adornos, tristes como es triste la vida de un amor despechado o el vagar de las golondrinas de sus nidos de barro a los balcones. Las palabras de Cernuda para acompañar mi satisfactorio –a ratos cruel– regreso a la obra y la vida de Gustavo Adolfo Bécquer: “es esta obra buena, clara, ejemplar. Los sufrimientos, las penas de amor, no los podemos ya aliviar. No vive. Y sin embargo me gusta recordarle como una sombra amiga, como un fiel compañero que asiste con extraña vida a la nuestra desde el fondo de aquel entrañable lienzo de su hermano Valeriano, en una salita del museo de Cádiz." El placer de leer su libro es inmenso. No sólo por tantas interesantes recomendaciones, que también, sino por la delicia que supone leer su personal manera de abordar cada uno de ellos. Abras el libro por el capítulo (o libro rescatado) que abras, te encuentras fragmentos impagables como el que dedica a Concha Alós: "El libro se me ha deshecho en las manos antes de terminarlo. Las hojas se han ido cada una por su lado. He tenido que acabar Los enanos hoja a hoja, como si fuera un contable de esos que salen en las películas y van revisando los balances uno a uno para que no se les escape ningún detalle. O como suelen hacer, seguramente, esos alquimistas de la estafa que convierten el sudor de los otros en montones de dinero que luego se llevan a los paraísos fiscales. En la novela de Concha Alós que les voy a contar ese dinero es escaso, casi inexistente, y el sudor de sus personajes se mezcla con los chillidos y el pelaje asqueroso de las ratas." Ahora nos queda como asignatura pendiente, y ya lo comenta en más de una ocasión Alfons Cervera a lo largo del libro; la ardua tarea de escudriñar Bibliotecas o Librerías de Viejo en busca de tan apetecibles "encuentros". Se me antoja a su vez, un libro de cabecera al que acudir con frecuencia por el mero hecho del deleite lector; por la manera en que está escrito y el sentimiento que manifiesta Alfons en torno a ciertos libros y autores. Editorial: Piel de Zapa, Edición 2021. En la Página os dejo un poema de Carlos Álvarez, citado por Alfons e interpretado por Luis Pastor: Enlace: https://queridobartleby.es/a.. + Leer más |
Como bien apunta Alfons en un momento determinado en el libro: "Las novelas de padres e hijos. No sabía que había tantas. Sólo conocía algunas. Muy pocas." Es cierto que en los últimos años han proliferado las obras dedicadas a algún miembro familiar. Pero la óptica desde la que aborda la narración el autor en torno a su padre, difiere de prácticamente la totalidad de ellas. El libro, además de un ejercicio de memoria, supone más bien una interpelación continua hacia su progenitor, por la cantidad de interrogantes que alberga en torno a él: "Qué pasa con lo que no se cuenta. ¿Lo sabes tú?". Interrogantes debidos a los silencios de su padre en vida: "Por qué tanto silencio prensado en los rodillos del cilindro, aquel mismo cilindro donde una madrugada te dejaste un dedo, chaf, y la masa de pan candeal se llenó de carne y sangre, como si se hubiera metido allí, inexplicablemente, un ratolín de los que algunas veces llegaban encogidos de miedo entre las ramas de pinocha que nos traía Luis Beltrán para calentar el horno moruno." Viendo el autor con su padre "El viaje a ninguna parte", película que cuenta las vicisitudes de una pequeña Compañía de Cómicos malviviendo en la época de posguerra española; evocan ambos vivencias similares en aquella misma época de penuria por la que transita la película: "Recuerdo el día en que vimos juntos en la televisión “El viaje a ninguna parte”. Así íbamos nosotros por todos los pueblos de la Serranía, dijiste. A veces me pregunto, aún hoy después de tantos años, de dónde sacabais los decorados, el telón para abrir y cerrar las representaciones, los trajes de época para “Don Juan Tenorio”, “La vida es sueño” o “Genoveva de Brabante”. Siempre he creído que mi hermano hacía de Benoni, el hijo de la sufriente Genoveva. Aún hoy lo veo en brazos de su madre en la ficción, asomados los dos al abismo negro que se abría en la boca de la cueva." La misma portada del libro es la figura del padre en una representación de teatro. Imagen expresionista de extraña belleza y gran expresividad, que rememora aquellas películas de cine mudo de Murnau y Fritz Lang. En esa especie de difuminación con la que se observa el pasado, el ajetreo que los llevaba de un sitio a otro se torna medio irreal para el autor, sin recibir nunca respuestas por los motivos de los desplazamientos, en este caso de la madre: "A veces me pregunto si fue real aquel ir y venir de un sitio a otro. Recuerdo que se lo preguntaba a mi madre. Por qué nos fuimos de Los Yesares cuando yo tenía cuatro años. Ella giraba la cabeza y yo no sabía si era para mirarme o para dejar que la memoria se le fuera con el vapor de la cazuela donde hervía el arroz con acelgas, se restregaba las manos en el delantal de flores y decía siempre estás con lo mismo y más vale que no te calientes tanto la cabeza con esas tonterías." El devenir de su familia en el pasado quedó unido al bando de los vencidos en la Guerra Civil en que se encuadró su padre: "Algunas veces hablabas de Sevilla. No sé si era allí donde le escribías a mi madre cartas de amor en el reverso de las fotografías. Eras un flamante cabo del ejército. Luego supe que había dos ejércitos. Y que el tuyo había sido vencido. La victoria es una ilusión de filósofos e imbéciles, escribía William Faulkner en “El ruido y la furia”. Pero demasiadas veces la victoria no es esa ilusión que todo lo convertiría en una realidad falsa. Ni un recurso fácil de la imaginación literaria." Memoria dolorosa del escritor ante el derrumbe de su padre sin posibilidad de olvido ante la persistencia de imágenes imborrables de impotencia ante el opresor: "Un día abandonamos la ciudad y volvimos a Los Yesares, no sabíamos mi hermano y yo hasta cuándo. Estábamos en la ruina. Otra guerra perdida. ¿Llevas tú la cuenta de las guerras que hemos perdido? No me mires así. Nunca se me borrará de la memoria la noche en que unos hombres con sombrero y gabardina detuvieron el triciclo en que transportábamos las lecheras, te enseñaron unos papeles y dijeron que se las llevaban en su camioneta. No supe hasta mucho más tarde qué significaba la palabra requisadas. Yo te acompañaba en los repartos por el barrio. Toda mi vida he intentado olvidar cómo llorabas de impotencia y de vergüenza en el regreso a casa. Y nunca lo he conseguido. Nunca." Alfons tuvo que empezar a trabajar a la edad de nueve años junto a su hermano Claudio y su padre en el horno de pan: "Te digo que nunca había olvidado los muchos años en que trabajamos juntos en el horno, que si compartí los estudios con las noches en vela fue sólo para, una vez concluidos, poder seguir en el oficio contigo y con mi hermano." Sin apenas libros en casa, el autor se inicia en la lectura con las novelitas de autores que se escondían bajo seudónimos. Tiene un recuerdo entrañable hacia ellos: "Silver Kane, Alf Regaldie, Curtis Garland, A. Rolcest, Keith Luger, Linda Malvill, Vic Logan, Fidel Prado, ese George H. White que se llamaba en realidad Pascual Enguídanos y vivía cerca del horno que teníamos entonces en Llíria, al comienzo de la calle Mayor. Identidades falsas y hasta géneros escondidos, como esa mujer que se ponía Vic Logan en sus magníficas novelas para hacer más creíbles sus historias de tiros, pasiones amorosas y un largo catálogo de crímenes llenos de misterio." Fueron su primera escuela lectora, gracias a estas lecturas comenzó a amar los libros: "Dicen que las primeras lecturas dejan huella en quienes luego dedicarán su vida a la literatura. Seguramente es verdad. Por eso no me reconozco en otro origen que no sea el de esas pequeñas, insignificantes novelitas que vendían en los quioscos y que los jueves llegaban en el autobús de línea para que pudiéramos cambiarlas por las de la semana anterior." Seguirá ampliando sus lecturas en los estudios, siendo sus autores de cabecera: Kafka, Tolstoi, Dostoievski, Dylan Thomas, Marguerite Duras y especialmente Patrick Modiano que con tanto gusto recrea en su obra la memoria. Lecturas que coexistirán posteriormente con otros autores que frecuentará y con los que mantendrá una amistad, caso de Juan Gil-Albert, Genaro Talens, Rafael Chirbes, Caballero Bonald o Marta Sanz. Sin su padre y pocos días antes de la muerte de su madre, el escritor encuentra unos documentos sobre una sentencia a su padre en 1939, finalizada la Guerra Civil. Su madre no sabe nada al respecto, los hermanos de su padre, tampoco. Tras ardua indagación logra recomponer los hechos. Hechos que en el momento actual no proporcionan consuelo al autor: "Ahora ya conozco tu historia. Y qué. Qué hago con ella. Me pasé todos estos años haciéndote preguntas, y estaba seguro de que las pocas veces que contestabas te habías inventado todas las respuestas. Dejo aquí la escritura, del lado de la intemperie, al abrigo sólo de los invisibles perros guardianes del pantano, de la fragilidad tantas veces intrusa de la memoria, de aquella sombra que todas las noches entraba en nuestra habitación y nos decía, mientras mi hermano se quedaba mirando los ojales de la camisa o el jersey, que ya era hora de levantarnos porque la masa estaba a punto de levadura. Todo regresa al principio porque el final y el principio se confunden en la seguridad de que ha de tener un sentido lo que nos pasa." El silencio y el miedo, indisoluble unión en la vida de aquellos oscuros años de represión: "Borrar el daño que sufrimos antes es una estrategia para seguir viviendo sin que los monstruos conviertan el sueño en una pesadilla insoportable. Eso lo sabías y ésa fue tu vida. No hablar ni de lo que perdiste, que habría de ser finalmente casi todo. Callar como si las calles y las casas donde vivimos se hubieran convertido en una emboscada sin atajos para la huida." La escritura en el libro avanza y retrocede en el tiempo, "a saltos" como el mismo autor corrobora tratando de aprehender un pasado inasible: "Anoche, escribo. Y me pregunto qué es anoche en medio de una escritura que anda a saltos por el tiempo y el espacio. El punto de partida hacia ninguna parte. Buscar inútilmente alguna referencia en que anclar como un barco a la deriva el relato de un tiempo cada vez más escurridizo, menos dispuesto a ser presa de ninguna estrategia literaria, siempre a cubierto de una épica que sólo podría convertirlo en un vulgar inventario de la nada." Necesidad de contar, a pesar de la amargura que subyace en una prosa cargada de lirismo. Supone para Alfons una escritura como rescate del pasado, como medio para reconstruir en el presente su propia historia. El autor no se plantea el olvido porque necesita recordar para seguir viviendo. Como tal, el pasado no le interesa en cuanto a hechos que sucedieron, le interesa más el pasado que no termina de pasar, le interesa hoy, el pasado solo existe en el presente, cuando se está contando. Para Alfons Cervera, la memoria es presente, es hoy, todo sucede en el presente, el pasado y el futuro no existen. La memoria como necesidad de saber y conocer. Editorial: Piel de Zapa, Edición 2016 Enlace: https://www.offthehook.es/20.. + Leer más |
La edad de la inocencia