Sangre y corazón de Alexandra Roma
El brazo de ella se empezó a mover hacia mi rostro y nada deseaba más que que me rozase, el calor de una yema presionando la piel para dejar su huella, me quemaba el aire cuando su mano se acercaba a mí, pero no era dolor, era un picor especial y, en ese momento, a un grito de Alger, volví al mundo real. Ese universo en el que ella y yo estábamos destinados a odiarnos.
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