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El jardinero de Alejandro Hermosilla
Los perros, que se han vuelto furiosos, rompen las cadenas, se escapan de las granjas lejanas, corren de un lado a otro por el campo, presos de la locura. De pronto se detienen, miran hacia todos lados con feroz inquietud, con mirada de fuego y, dejando caer inertes sus orejas, elevan la cabeza, hinchan su terrible cuello y se ponen a ladrar por turnos.
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