La efímera edad de las manos de Alberte Momán
La noche se fue colmando de ruidos. Personas que pasaban bajo su ventana, gritando su desesperación a las estrellas, vehículos que huían de una realidad peor que aquella esperada en un posible destino. En aquel tumulto de estímulos, percibió como el brazo de su padre, emulando los tiempos de su infancia, ascendía por un lateral, dejando intuir su cuerpo debajo de la cama, para ascender hasta sus caderas. Recordaba aquellas manos calientes y pesadas, con sus gruesos dedos apretando la piel bajo sus yemas. «Me haces daño, papá». Susurraba también en sueños. |