La tinta de mis ojos de Aitana Ocaña
Y, cada vez que aquel peso inexplicable que la hacía perder el rumbo se instalaba en su corazón, solo tenía que cerrar los ojos y dejar que las yemas de sus dedos encontraran en sus teclas blancas y negras el mapa de notas que la llevaba de vuelta a sí misma.
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