La analfabeta de Agota Kristof
En la fábrica, toda la gente es agradable con nosotros. Nos sonríen, nos hablan, pero no entendemos nada. Aquí es donde empieza el desierto. Desierto social, desierto cultural. A la exaltación de los días de la revolución y de la huida le siguen el silencio, el vacío, la nostalgia de los días en los que teníamos la impresión de participar en algo importante, histórico quizá: el mal del país, la falta de la familia y de los amigos. Esperábamos algo al llegar aquí. No sabíamos qué esperábamos, pero ciertamente no era esto: jornadas de trabajo tristes, veladas silenciosas, esta vida solidificada, sin cambios, sin sorpresas, sin esperanza.
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