Asesinato en el Orient Express de Agatha Christie
Hércules Poirot permaneció completamente inmóvil. Cualquiera habría creído que estaba dormido. Y de pronto, después de un cuarto de hora de completa inmovilidad, sus cejas empezaron a moverse lentamente hacia arriba. Se le escapó un pequeño suspiro. Y murmuró entre dientes: —Al fin y al cabo, ¿por qué no? Y si fuese así, se explicaría todo. Abrió los ojos. Eran verdes como los de los gatos. |