El misterioso caso de Styles de Agatha Christie
Poirot era un hombrecillo con un aspecto fuera de lo común. Mediría un escaso metro sesenta de estatura, pero su porte era muy digno. Su cabeza tenía la forma exacta de un huevo y acostumbraba a inclinarla un poco hacia un lado. Llevaba un bigote engominado de aspecto militar. La pulcritud de su atuendo era increíble: dudo que una herida de bala pudiera dolerle tanto como una mota de polvo. Sin embargo, este curioso personaje, que por desgracia ahora padecía una acentuada cojera, había sido en sus tiempos uno de los miembros más destacados de la policía belga.
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