La tercera muchacha de Agatha Christie
Después de todo, ¿por qué no había de intervenir en aquel problema que llevaba a medias con Poitrot? Poirot era muy dueño de tomar la decisión de sentarse en una silla, juntar las yemas de sus dedos y poner en actividad las células grises se su cerebro mientras hundía el cuerpo en cualquier sillón cómodo, encerado entre cuatro paredes.
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