La virgen en el jardín de
A.S. Byatt
De improviso la luz cambió, y Marcus se detuvo. Una parte esencial de lo que sucedió entonces fue su propia renuencia a creer que sucedía tal cosa. Cuando rememoraba este hecho, su cuerpo recordaba una tensión y una opresión terribles, causadas por dos miedos antitéticos que operaban a la vez: el miedo de sufrir un cambio radical, irremediable, y el miedo, igualmente profundo, de que todo aquello no fuera más que una fantasía irracional impuesta por su conciencia, extraviada en el mundo real. E incluso en ese momento, que tal vez cambió toda su vida, oyó una alegre voz interior que le decía que, como en el caso de los libros, las escaleras y los cuartos de baño, no era imprescindible tener que saberlo. Más tarde llegaría a la conclusión de que la voz mentía y se mostraba evasiva. Más tarde aún, la recordaría como un elemento tranquilizador, pues esa ínfima alegría falsa le garantizaba que conservaba su identidad, que seguía siendo él mismo.