Victoria Vílchez Donate

Hoy en día es difícil que algo dure para siempre.

Es curioso lo mucho que nos dejamos guiar por las apariencias por muy abiertos de mente que nos consideremos.

Hoy no estoy dispuesta a perder a nadie más, hoy me da la sensación de que ya he perdido suficiente.

Su piel tiene una temperatura cálida en todo momento. Es como una manta eléctrica humana.

Enfadarme suele ser una alternativa mejor que permitir que la nostalgia se adueñe de mí.

Tengo tantos recuerdos de nuestra relación, tantos detalles de esos que se te quedan grabados y el tiempo no es capaz de difuminar; de repente es como si nunca hubiéramos estado separados.

En mi interior se ha desatado la tormenta del siglo y así es exactamente cómo me siento.

No teníamos futuro, pero tampoco supimos cómo decirnos adiós.

Debería ponerme a salvo y abandonar la zona radiactiva que le rodea allí donde va. Es como un arma de destrucción masiva, pero con encanto.

No es que no piense en él a veces, pero ya me había acostumbrado a que nuestras vidas hubieran tomado rumbos diferentes. Lo nuestro es algo que está siempre ahí, pero que no duele mientras no lo miras a los ojos. Y ahora mismo duele, duele muchísimo.

El pasado es un fantasma, monstruoso y muy doloroso en mi caso. Que no dejará nunca de vagar a mi alrededor.

Eso es lo peor, saber que para nosotros nunca habrá un final feliz.

Si quieres te doy un morreo y lo tienes aquí en dos segundos. No me importaría tener la oportunidad de partirle la cara.

Hay que ver lo que duele hacerse la fuerte...

Reprimo el arrebato, bastante infantil por mi parte, de ponerme a bailar al comprender que está muerto de celos.

Es tan adicto a la tinta como en su día lo fue a mis besos. Lástima que yo no fuera para toda la vida.

Lloré bajito, para mí misma, como se llora por las cosas que más daño nos hacen. Las que duelen tanto que no nos atrevemos a alzar la voz por temor a que eso incremente también nuestro sufrimiento.

Deja de pensar en qué quieren los demás de ti y piensa en lo que quieres tú.

Los secretos pertenecen a sus dueños hasta que estos deciden revelarlos.

A veces, todo lo que necesitamos es que alguien nos tienda una mano.