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Los diarios de Emilio Renzi: Un día en la vida de Ricardo Piglia
Un mes atroz. El mismo sábado 3, la tarde de la anotación anterior, poco después de llegar a casa, por el portero eléctrico una voz de hombre dice que deben entrar al departamento y que vienen de parte de Obras Sanitarias. Pronuncia mal mi apellido: «¿Es el señor Rienzi?». De inmediato bajo al Jardín Botánico, ellos subieron por el otro ascensor. Pasé dos horas sentado bajo los árboles con la mente en blanco. Por fin volví y hablé con el portero: «Me mostraron credenciales del ejército», dijo. Desde entonces he dado vueltas por distintos lugares, pasé un tiempo en la casa de Horacio en Adrogué. Él sabía perfectamente lo que estaba pasando y no me hizo muchas preguntas. A pesar de que tiene tres hijos, corrió el riesgo de refugiarme una semana. Me instalé en una pieza del fondo y estuve ahí leyendo una historia del nazismo. Al final de la tarde Horacio, que es mi hermano, venía conmigo a charlar de bueyes perdidos. Cuanto más dura y despótica es la situación política, más se habla de cualquier cosa, como si repitiéramos la frase de Joyce: «Ya que no podemos cambiar la realidad, cambiemos de conversación».
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