Landeron I: La hija del oráculo de Paula de Vera García
El calor hacía que la columna se derritiera lentamente, mientras la luna, de color rojo sangre, lloraba en el cielo sobre su cabeza. Sin embargo, en cuanto las lágrimas tocaban su piel, se convertían en rocas puntiagudas que la herían en los brazos, el cuello y la cara.
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