Orillas de Nora de la Cruz
se acostaba cada tarde desde las seis o siete, justo antes de que empezara a oscurecer: miraba al cielo un largo rato, en silencio, y les buscaba forma a las nubes, en espera de que aparecieran las estrellas. Creía que si se quedaba de verdad atenta tal vez podría contarlas conforme se fueran encendiendo, pero no lo consiguió jamás. Sin darse cuenta se distraía y cuando recordaba a qué había ido el cielo estaba plagado. |