Dionisíacas. Cantos I-XII: 1 de Nono de Panópolis
De tal modo bramó la etérea ninfa Sémele; se burló con bramidos de la vida de su hermana Ino, habitante del mar
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Dionisíacas. Cantos I-XII: 1 de Nono de Panópolis
De tal modo bramó la etérea ninfa Sémele; se burló con bramidos de la vida de su hermana Ino, habitante del mar
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Dionisíacas. Cantos I-XII: 1 de Nono de Panópolis
Cortó con su cuchillo la desconocida cabeza, que se le figuraba de un ciervo. Y por no significarle nada ese rostro, reía acariciando la prominencia de ensangrentada quijada, y la sobaba como la de una fiera
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Dionisíacas. Cantos I-XII: 1 de Nono de Panópolis
Al fin, al cuarto año, Ino, después de verter variados llantos, volvió de regreso a su casa. La ninfa encontró a su esposo aguijoneado por la locura y a Temisto, madre de varones, y acogió doble dolor
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Dionisíacas. Cantos I-XII: 1 de Nono de Panópolis
Tomó así por tercera esposa a la hija de Hipseo y abandonó su amor por Ino. Entre tanto, mediante dulces cantos de nodriza, consolaba y calmaba a Melicertes, que pedía por la madre; lo hacía dar vueltas por los aires y, cuando lloraba por el lácteo alimento de la teta, le ofrecía su pecho de hombre, para saciar sus ansias de madre
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Dionisíacas. Cantos I-XII: 1 de Nono de Panópolis
a mi hijo lo alumbró su padre, a ojos de todos. ¡He aquí una gran maravilla! Mira a Dioniso en brazos de su madre nutricia, arrimado a su acogedor seno. La guardiana del universo eterno, primogénito origen de los dioses, madre de todo, fue nodriza de Bromio; al infante Baco ofreció el mismo pecho del que había mamado Zeus, que reina en las alturas
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Dionisíacas. Cantos I-XII: 1 de Nono de Panópolis
Recibe, señora, un nuevo hijo; acoge en tu seno al niño de tu hermana Sémele
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Dionisíacas. Cantos I-XII: 1 de Nono de Panópolis
Y dejó a la criatura, imagen y figura de la cornuda Selene, a cargo de las Ninfas de los ríos, las hijas de Lamo
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Dionisíacas. Cantos I-XII: 1 de Nono de Panópolis
Zeus Padre recibió a Dionisio semiformado, del flagrante seno de Sémele, cuando saltaba a través del rayo partero; y lo cosió en su muslo macho, mientras aguardaba el destello de Selene, la que lleva a término los embarazos
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Dionisíacas. Cantos I-XII: 1 de Nono de Panópolis
En efecto, la llama celestial fue cuidadosa y liberó a Baco lanzándolo del seno carbonizado de la madre, cuando el himeneo tocaba a su fin por el matricida rayo. Los fogonazos, con un soplo suave, bañaron al niño que nacía prematuro
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Dionisíacas. Cantos I-XII: 1 de Nono de Panópolis
¡Oh, mujer, la inteligencia de la celosa Hera te ha tendido una trampa con sus ardides! ¿Acaso crees, mujer, que mis rayos son suaves?
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Dionisíacas. Cantos I-XII: 1 de Nono de Panópolis
Vamos, concédeme estos honores! ¡Que abrace la querida llama y regocije así mi corazón palpando el relámpago y tocando los rayos! ¡Dame de tus propios lechos nupciales la llama conyugal! Toda novia tiene su antorcha que la escolta en la consumación de su himeneo.
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Dionisíacas. Cantos I-XII: 1 de Nono de Panópolis
Búscame otro esposo en el cielo, Hera. Sí, otro, porque Sémele te arrebató el tuyo. En virtud de aquel lecho él tomó a cambio el suelo nupcial de Tebas, la de siete puertas, y renunció al cielo de siete zonas. En lugar tuyo se regocija teniendo entre sus brazos a su esposa terrenal que ya espera un niño.
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Dionisíacas. Cantos I-XII: 1 de Nono de Panópolis
Dado que ella portaba la pesada carga de un hijo concebido por un dios, si en algún momento un viejo pastor hacía sonar una siringa y llegaba a sus oídos la melodía a través del vecino Eco, que ama la vida de los campos, entonces ella, ligera de ropas, se movía por su habitación con frenético ritmo.
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Dionisíacas. Cantos I-XII: 1 de Nono de Panópolis
Abandonó luego el cielo y se ubicó cerca de la orilla que acompaña al río, para examinar detenidamente las proporciones del cuerpo desnudo de la muchacha de hermosos cabellos. Pues deseaba vivamente no ver desde lejos, sino que le apetecía observar desde cerca todo el cuerpo completamente blanco de la joven.
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Dionisíacas. Cantos I-XII: 1 de Nono de Panópolis
La muchacha, temblando, saltó de su lecho y estremeció a su padre con el relato del lucífero vapor de sus frondosos sueños. Y mientras oía a Sémele, el rey Cadmo quedó perplejo ante la historia de la planta herida por el rayo. Inmediatamente llamó a Tiresias, el inspirado hijo de Clarico y le contó, al rayar el alba, los sueños de su hija tizanados por el fuego.
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Dionisíacas. Cantos I-XII: 1 de Nono de Panópolis
Pues la vengadora cólera de Hera implacable invocó a los Titanes. Ellos, tras untarse los engañosos círculos del rostro con engañoso yeso, lo mataron con un cuchillo del Tártaro, justo cuando él observaba su figura reflejada en un espejo.
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Dionisíacas. Cantos I-XII: 1 de Nono de Panópolis
Así, a causa de estos himeneos de dragón, el vientre de Perséfone se hinchó de fecunda progenie; y dio a luz a Zagreo, un vástago cornudo. Él, por sí solo, subió sobre el celeste trono de Zeus; y con su pequeña mano blandió el relámpago; y recién nacido levantó con tiernas manos los rayos.
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Dionisíacas. Cantos I-XII: 1 de Nono de Panópolis
Sus perros no reconocieron ya más a su antiguo amo que había cambiado de naturaleza. La cruel arquera en su resentimiento los enloqueció con un inapelable signo de su cabeza; y en este rabioso desvarío, presos de un furioso aire, ellos aguzaron la doble fila de sus parejos dientes asesinos de cervatillos.
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Dionisíacas. Cantos I-XII: 1 de Nono de Panópolis
Nunca se le escapó el oso montañés ni tampoco se aterrorizó ante la funesta mirada de una leona con sus crías recién paridas. Muchas veces al ver cómo una pantera se lanzaba sobre él con un salto desde lo alto, la apresaba contra el suelo.
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Dionisíacas. Cantos I-XII: 1 de Nono de Panópolis
Hefesto colocó sobre la cabeza de Harmonía una corona enaltecida con adornos de multicolores piedras y ciñó sobre sus sienes una banda de oro. Hera, la del dorado trono, procuró un trono construido con piedras preciosas, con lo que deseaba agradar a Ares. La muy astuta Afrodita ajustó al enrojecido cuello de la joven mujer un dorado collar cuyas gemas artísticamente trabajadas resplandecían con brillo.
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La edad de la inocencia