Un mundo helado de Naomi Novik
No sabía qué era lo que sentía, de qué sentimiento surgían aquellas palabras. De la furia, creo yo. No recordaba haber estado furiosa nunca. La furia siempre me había parecido inútil, como un perro que no deja de dar vueltas tratando de morderse el rabo. ¿De qué servía estar furiosa con mi padre, con mi madrastra, o con los sirvientes que eran descorteses conmigo? La gente se enfurecía a veces con el tiempo que hacía, también, o cuando se golpeaban un dedo del pie contra una piedra o se cortaban en la mano con un cuchillo, como si aquel objeto se lo hubiera hecho a propósito. Todo aquello me resultaba igualmente inútil. La furia era un fuego en una chimenea, y yo nunca había tenido ninguna leña que quemar. Hasta ahora, cualquiera diría.
|