El Tartufo de Molière
¡Ah! No porque sea devoto dejo de ser hombre; y cuando llega uno a contemplar vuestros celestiales hechizos, el corazón queda prendido en ellos y no razona. Ya sé que tal discurso parece extraño en mí, mas, señora, después de todo no soy un ángel; y si condena la confesión que le hago, culpe de ello a sus encantadoras prendas.
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