Anoxia de Miguel Ángel Hernández
Es consciente de que ese cuerpo que ella observa será diferente al que verá el joven viudo. Ella contempla el rostro aislado, la última imagen. Pero el marido y todos aquellos que hayan conocido a la mujer verán ahí solo un estado del rostro, un momento, el fragmento de una serie. Lo compararán con las facciones conocidas. Dirán: la enfermedad la consumió, con lo bella que era. Dirán: no se parece a quien fue. O dirán también: ahí está su esencia. No importa lo que haya sufrido. Es su rostro. Es su cuerpo. Sigue siendo ella. Incluso ahí. Mi mujer, mi hermana, mi hija, mi tía, mi amiga. Porque ahí, en ese rostro suspendido en el tiempo, están contenidos todos los rostros. La vida y la muerte, entrelazadas.
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