Confesión de Martín Kohan
Ella, al menos, Mirta López, no podía pensar en nada más, ni tener registro de nada más que de ese muchacho flaco y asentado, grande para ella, porque tenía ya dieciséis, de andar pausado y sereno, un metrónomo y, a la vez, la aguja perfecta del metrónomo, intangible, irreprochable, evidente, sustancial.
|