La muerte también juega al ajedrez: Ficción histórica, aventuras y suspense de
Luis Ablanque Ramírez
Prometiendo que quienes se convirtieran en soldados, no volverían a pasar hambre y se les enseñaría cosas útiles para triunfar en la vida, como hablar español o aprender algún oficio. Con esas promesas conseguían que alguno de buen grado se uniera a ellos. Aún así, como no eran suficientes los voluntarios, al resto se les obligaba a la fuerza. Una vez reclutados, el español que aprendían era el que ellos mismos iban asimilando por el contacto con quienes lo hablaban y era muy extraño el caso de que alguno llegara a saber escribirlo. Respecto a lo del oficio, el único que se les enseñaba era el de soldado: lo que ya nunca dejarían de ser. Los soldados indígenas perdían lo poco que tenían, el cariño de su pueblo y su orgullo maya, y pasaban a convertirse en "parias" tanto para los suyos como para el resto de un Ejército que difícilmente llegaría a reconocerlos como soldados.