Bruma azul de Lola P. Nieva
La tormenta amainó tras un último rugido y, de forma gradual, se extinguió dejando tras de sí un cielo sereno y silencioso. —Márchate si es tu deseo. En verdad no tengo derecho a pedirte nada. -Siempre has sido una víctima —añadió—, y yo..., aunque me duela el alma, te ayudaré a que eso cambie. —Sí, ya es tiempo de ser verdugo de mi destino. |