Los cantos de Maldoror de Lautréamont
Si se le pregunta por qué ha escogido la soledad por compañera, sus ojos se elevan al cielo, reteniendo con dificultad una lágrima de reproche a la Providencia; pero no responde a esa pregunta imprudente que esparce por la nieve de sus párpados el rubor de la rosa matinal. Si la conversación se prolonga, se vuelve inquieto, gira los ojos hacia los cuatro puntos del horizonte, como buscando la forma de huir de la presencia de un enemigo invisible que se aproxima, dice con la mano un adiós brusco, se aleja sobre las alas de su pudor en alerta, y desaparece en el bosque. Generalmente lo toman por un loco.
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