La casa de la pradera de Laura Ingalls Wilder
Y el valle se ensanchó hasta transformarse de nuevo en una gran pradera. En ninguna parte se veía rastro de ruedas o del paso de una cabalgadura. Parecía como si ningún ojo humano hubiese contemplado antes aquella pradera. Sólo las altas hierbas silvestres cubrían la interminable y solitaria llanura ; un enorme cielo se arqueaba sobre sus cabezas. Muy lejos, el canto del sol tocaba el borde de la tierra. El sol era enorme y palpitaba y vibraba de luz. |