Las zapatillas de Jude de L. J. Shen
Corazón solitario, dice. Lo tiene lleno de las personas a las que quiere.
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Corazón solitario, dice. Lo tiene lleno de las personas a las que quiere.
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Saber que podía enamorarme, que me enamoraría y que debía enamorarme me asustaba y alegraba al mismo tiempo.
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- No puedo enamorarme Célian, estoy rota. - Bien. Así podemos estar rotos los dos juntos. |
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A veces, que te sostenga la persona equivocada es tan malo como caer al vació.
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No tenía un corazón solitario. Estaba desesperado y latía, estaba vivo. |
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Sentí que el corazón me palpitaba en el pecho y, por primera vez, vi a Célian no solo como la imagen que él quería dar, sino también como la persona que era en realidad. No estaba roto del todo, pero tenía algunas grietas por las que rebosaba dolor.
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—No puedo enamorarme, Célian, estoy rota. —Bien. Así podemos estar rotos los dos juntos. |
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El desequilibrio de poder había pasado a ser personal, degradante y real. Estaba en deuda con un hombre con el que me acostaba, independientemente de las vueltas que Célian quisiera darle. Con un hombre que cada vez tenía más espacio en mi vida y que estaba conquistando los rincones de mi corazón sin reclamarlos. Sin civilizarlos ni nutrirlos.
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La deseaba porque estaba hecha para mí. La envidiaba porque tenía una familia de verdad, o lo que quedaba de ella. Y sentía lástima porque no podía dejarla marchar, y no se me daba bien el amor. Solo el odio, la ira y la venganza. |
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Lo que más me asustaba de mi jefe era que podía convencerte para que donaras los órganos a la ciencia mientras estabas vivo. Tenía la extraña habilidad de hacer que la gente quisiera complacerlo, a pesar de que no hacía nada para merecer tal devoción.
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Era totalmente consciente de que aquello no había sido una coincidencia. Mi padre, que era un enfermo mental, pensó que sería buena idea recordarme el día que enterró a nuestra familia no solo poniéndole los cuernos a mi madre, sino también culpándome a mí por aquello. Me hizo sentir defectuoso, y me convertí en un estúpido, porque mi padre me trataba como tal.
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Creo que a los dos nos asustaba la atracción tan fuerte que sentíamos por el otro. Yo no quería perder el trabajo bajo ningún concepto, y a él no le hacía falta complicarse la vida con las posibles consecuencias si alguien se enteraba. Por no hablar de que tenía una aventura mientras estaba prometido.
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Estábamos en guerra en la redacción, pero en privado, la batalla más dura que luchábamos era por no quitarnos la ropa.
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Unos meses antes, la chica que había estado con Milton le habría dicho que lo quería todo. Que lo merecía. Que le dieran al imperio que intentaba construir sobre mentiras y venganzas. Sin embargo, en ese momento, delante de él, la chica que intentaba sobrevivir en el mundo cruel y real, pagar las deudas y cuidar de su padre pensaba que algo era mejor que nada, sobre todo si ese «algo» venía de él. Los dos nos ahogábamos, pero cuando estábamos juntos, sentía que salía a la superficie a respirar. |
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Era suya, pero él era de otra persona. ¿En qué me convertía eso? Las circunstancias no eran más que pura semántica. Pecados con azúcar para que fuera más fácil tragarlos. |
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No puedo enamorarme. Esto es solo lujuria y confusión. Es lo que ocurre cuando estás a punto de perder a un padre y de conseguir un amante de dudosa reputación.
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Deja de llamarme así. Deja de ponerme apodos, provocarme orgasmos y darme esperanza, grité por dentro.
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—Ve con cuidado, podrías enamorarte de mí si me conoces más —dije en voz baja, con la mirada clavada en el gran ventanal con vistas a Nueva York. Empezó a penetrarme desde atrás, en silencio. —Correré el riesgo. |
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Me había levantado del colchón dándole la espalda al hombre que conocí ayer. Si lo mirara, se me revolvería la conciencia y no podría hacerlo. Elegí su dinero por encima de mi integridad. Me hacía mucha falta. |
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—No eres mi tipo —respondí con una mueca y me acabé el whisky. —Soy el tipo de todo el mundo —replicó con naturalidad—. Y haré que pases un buen rato. |
Gregorio Samsa es un ...