De vuelta a casa de Kate Morton
Al salir por la puerta al porche, una cálida brisa le rozó la cara y la dominó una intensa sensación de familiaridad: el aroma de los eucaliptos, la tierra calentada por el sol, la luz tan resplandeciente que era imposible mirarla sin entrecerrar los ojos. Los esbeltos eucaliptos azules en lo alto de la pendiente, antiguos y contemplativos. Era el paisaje de su infancia y jamás sería capaz de escapar de su embrujo. Igual que Daniel Miller la había traído a Halcyon, los libros que leyera en su infancia, tumbada bajo los helechos en Darling House, la habían llevado a tierras donde crecían árboles con nombres como robles, castaños u Olmos en bosques maravillosos y antiguos, donde la tierra era húmeda y el sol leve, donde existían palabras mágicas como seto o castaña, la nieve besaba los cristales de las ventanas en invierno y los niños montaban en trineos en Navidad, comían pudín y crema de maicena. Y así había llegado a conocer otro paisaje, no solo con el intelecto, sino de un modo visceral: un paisaje de la imaginación tan real para ella como el entorno geográfico en el que se movía. Cuando llegó a Inglaterra por primera vez, una joven licenciada de veinte años, le resultó familiar de inmediato, nada más bajar del avión. Ahí, ahora, de pie ante el valle que se extendía hacia la colina, Jess pudo imaginar cuánto habría echado de menos Isabel su tierra, su hogar. También Jess había estado pensando mucho en el concepto de hogar últimamente. El hogar, había comprendido, no era un lugar, una época, ni una persona, aunque podía ser cualquiera de esas cosas y todas ellas: el hogar era la sensación de sentirse completa. |