Kanada de Juan Gómez Bárcena
Hace un momento habías perdido una casa y era más sencillo continuar caminando. Ahora has perdido una llave y sólo te queda sentarte a esperar en la puerta.
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Calificación promedio: 5 (sobre 12 calificaciones)
/Aunque como historiador soy especialista en la II Guerra Mundial, nunca creí que llegaría a escribir una novela sobre el tema, que me parecía abordado desde todas las ópticas posibles. Sin embargo, en algún momento me sorprendí al darme cuenta de que el regreso a casa de los supervivientes estaba mucho menos tratado, así como sus secuelas psicológicas -lo que ha dado en llamarse síndrome de campo-. Así, casi sin darme cuenta, me encontré escribiendo una novela que pretendía llenar esa laguna.
Todos necesitamos construir un relato coherente de nuestro pasado para seguir hacia adelante. Un pasado que nos diga quiénes somos y quiénes llegaremos a ser. El protagonista de Kanada regresa de Auschwitz, un lugar que simboliza precisamente esa ruina que mencionas: las ruinas de la civilización y de la cultura. A lo largo de la novela intentará regresar, al menos con la memoria, a ese espacio: trasladarse al epicentro de la destrucción para construir en él un sentido que dé orden y propósito a su vida.
No diría que mis estudios de Historia influyen en mi oficio de escritor; más bien que en mi carrera Historia y creación literaria siempre han ido unidas, razón por la cual seguramente cursé la licenciatura de Historia. En cualquier caso, en todas mis obras el pasado, la memoria y el tiempo se convierten en indiscutibles protagonistas, si bien a menudo como recurso para analizar e interpretar mi presente. No me interesa la mera reconstrucción histórica, sino el tiempo como perspectiva desde la que comprender el hoy.
La experiencia de Auschwitz es lo suficientemente radical para ser excepcional, pero por supuesto podemos encontrar paralelismos. En todas las culturas y todas las épocas tiende a culpabilizarse a la víctima, como último recurso del poder para justificar su silencio hacia determinados crímenes. Pienso por ejemplo en los refugiados sirios, que según ciertos partidos políticos son una avanzadilla de la invasión islámica; las mujeres violadas o agredidas, a quienes se acusa de no vestir la ropa adecuada o de caminar por el lugar equivocado, etc.
Obviamente existen diferencias entre el comunismo estalinista y el nazismo de Hitler, pero diría que se basan en los mismos planteamientos: la asimilación forzosa del individuo a la masa, el control total de los recursos de la nación, la destrucción de la diferencia en pos de una vaga y discutible idea del Bien Absoluto, el uso radical de la violencia por parte del Estado. Tal vez por ello para el protagonista de Kanada no existe una diferencia significativa entre ambos regímenes: siente que la represión continúa, que no ha terminado nunca.
Antes de la guerra, el protagonista de Kanada había ejercido como profesor de Astrofísica. Y lo que ve ahora, contemplando las estrellas, es una maraña de puntitos luminosos, un caos que pretende ordenar, lo mismo que su memoria regresa una y otra vez a Auschwitz, en busca de una explicación que lo consuele o lo redima. Pero en el cosmos no hay ningún orden ni ningún propósito, y en su experiencia traumática tampoco.
Kanada es el nombre que en el argot del campo recibía la sección de Auschwitz dedicada a almacenar las riquezas de los prisioneros. El protagonista de la novela fue obligado a trabajar ahí, es decir, obligado a participar en el exterminio de su propio pueblo. Después de vivir una experiencia semejante, un ser humano no puede regresar sin más a la sociedad en la que vivió -sociedad que, por dicho sea de paso, lo envió a la cámara de gas sin remordimientos-. El protagonista de la novela ya no es un ciudadano de Hungría; es un ciudadano de Auschwitz, el país que le ha enseñado la cara de barbarie que se oculta detrás de la máscara de la civilización.
Me encantaría verla en la pantalla, y de hecho hay algún proyecto en ese sentido, del que por desgracia todavía no puedo hablar demasiado.
La primera gran alegría fue la venta de derechos a Alemania, un país que por razones obvias siente una gran sensibilidad con el tema y es posiblemente más riguroso que ningún otro mercado con las obras sobre el tema: por eso fue un espaldarazo saber que apostaban por Kanada. Actualmente mi novela es también finalista del premio internacional Tigre Juan, un reconocimiento del que estoy muy orgulloso.
Efectivamente, estoy embarcado en un proyecto muy a largo plazo que tiene España como escenario, y en concreto una diminuta aldea de Cantabria. A menudo un escritor no está del todo seguro de lo que se trae entre manos mientras la escritura todavía no ha terminado, pero en líneas generales puedo decir que mi proyecto parte del análisis que llevo haciendo durante años de los libros parroquiales de dicha aldea, y se propone reconstruir las minúsculas biografías de sus habitantes.
Los gozos y las sombras de Torrente Ballester.
La historia interminable de Michael Ende.
2066 de Roberto Bolaño.
Muchos libros. Entre los que me da vergüenza no haber leído, el que más vergüenza me produce es tal vez La montaña mágica de Thomas Mann.
Víctor Balcells, autor deAprenderé a rezar para lograrlo.(Delirio, 2017)
El Ulises de James Joyce.
Precisamente la que abre Kanada, de Hugo de San Víctor: «El hombre que encuentra que su patria es dulce no es más que un tierno principiante; aquel para quien cada suelo es como el suyo propio ya es fuerte; pero sólo alcanza la plenitud aquel para quien el mundo entero es un país extranjero».
La uruguaya de Pedro Mairal (Libros del Asteroide, 2017) Una novela excepcional.
Mudarse dejando atrás el lugar en el que se construyó una primera vida, adentrarse en formas de sentir y de pensar, pero también en el desarraigo y la soledad, pueden ser actos voluntarios, pero en ocasiones son una pura obligación. Bibiana Candia, Juan Gómez Bárcena, Javier de Isusi y Aroa Moreno exploran desde perspectivas e historias personales muy distintas los relatos de establecerse en otro lugar. Modera la periodista y escritora Margaryta Yakovenko.
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