José María Arguedas Altamirano

¿No es natural que nos irritemos cuando alguien proclama que la profesionalización del novelista es un signo de progreso, de mayor perfección?

El bombo suena en las altas llanuras como una docena de los más potentes timbales de las orquestas europeas.

La palabra, pues, tiene que desmenuzar el mundo.

La última vez que vi a Carlos Fuentes, lo encontré escribiendo como a un albañil que trabajaba a destajo. Tenía que entregar la novela a plazo fijo.

Y sentí su olor de indio, ese hálito amado de la bayeta sucia de sudor.

¿Para qué tanta inteligencia y tanto estudio? ¿Es malo decir concha´e tu madre, Señor? ¡No, no es malo!

Todos somos provincianos, don Julio (Cortázar). Provincianos de las naciones y provincianos de lo supranacional que es, también, una esfera, un estrato bien cerrado, el del «valor en sí», como usted con mucha felicidad señala.

Yo me confieso como manda el principio del religión, con Dios, solito, nada de Hermano.

En la voz del charango y de la quena, lo oiré todo.

Escribamos por amor, por goce y por necesidad, no por oficio.

porque yo si no escribo y publico, me pego un tiro.