Cien años de soledad de Gabriel García Márquez
Al lado de José Arcadio Segundo estaba una mujer descalza, muy gorda, con dos niños de unos cuatro y siete años(...) José Arcadio se a caballo al niño en la nuca. Muchos años después, ese niño había de seguir contando, sin que nadie se lo creyera, que había visto al teniente leyendo con una bocina de gramo fono el decreto número 4 del jefe civil y militar de la provincia (...) y en tres artículos de ochenta palabras declaraba a los huelguistas cuadrilla de malhechores y facultada al ejército para matarlos a bala. (...) Señoras y señores-dijo el capitán, tienen cinco minutos para retirarse. Han pasas cinco minutos, dijo el capitán. Un minuto más y se hará fuego. (...) Embriagado por la tensión, por la maravillosa profundidad del silencio y, además, convencido de que nada haría mover a esa muchedumbre pasmada por la fascinación de la muerte, José Arcadio Segundo se empino por encima de las cabezas que tenía enfrente, y por primera vez en su vida levantó la voz. -¡Cabrones!-grito-Les regalamos el minuto que falta. (...) Muchos años después, el niño había de contar todavía, a pesar de que los vecinos seguían creyendolo un viejo chiflado, que José Arcadio Segundo lo levantó por encima de su cabeza, y se dejó arrastrar, casi en el aire, como flotando en el terror de la muchedumbre, hacia una calle adyacente mientras la masa desbocada empezaba a llegar a la esquina y la fila de ametralladoras abrió fuego. |