El animal más peligroso de Gabriel Antonio Pombo
Miró en dirección al jefe supremo en busca de ayuda. Entonces lo vio. No a su cara oculta por la máscara, sino a su enorme mano cerrada empuñando la daga. Ese brillante filo que descendía cual un rayo sobre su garganta, buscando herir la vena yugular. Casi no hubo dolor. La larga práctica en degollar hizo que Diana muriera rápido. Sus ojos en blanco no pudieron ver cómo el cuenco rebosó de líquido rojo que fue derramándose, tras la inicial copiosa salpicadura. Tampoco vio cómo la joven con el seno al aire, violando las reglas de aquel rito sacrílego, quitaba el embozo del rostro de su maestro y le besaba en la boca.
|