Bienalados de Fátima Beltrán Curto
Cuando por fin se percató del detalle, su desazón se incrementó y no pudo impedir que una lágrima, casi negra, le acabara surcando el rostro. Fue una lágrima profunda y vivamente sentida, tan descarada y reveladora que los allí presentes, el matasanos y la sirvienta, dejaron afrentados, y sin mediar palabra, que resbalara apresurada por las sábanas, atravesara la habitación, y cruzara el umbral de la puerta en busca de algún agujero por el que colarse y volver a los abismos, de los que procedía.
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