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Nación Vacuna de Fernanda García Lao
Tenemos descendencia para que hagan lo que no pudimos. Somos vagos: es más fácil engendrar que vivir. Un hijo es un sustituto que invariablemente rehúsa la tarea para la que fue concebido. Un traidor.
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Calificación promedio: 5 (sobre 5 calificaciones)
/Antes de saber escribir, a eso de los tres años, ya cultivaba el relato oral: me encerraba en a inventar historias en voz alta. Como la paciencia de mis familiares se tensó a causa de mis diatribas ocupando espacios comunes, comencé a improvisar garabatos con pretensión de lenguaje. Mi padre se encontró con algunos de esos firuletes realizados con esmero, y un bolígrafo cualquiera, en los márgenes de sus libros y decidió proveerme de papel en blanco, además de algunas reglas básicas. Por otro lado, teníamos conversaciones sobre literatura, política o filosofía en cada sobremesa que deben haber encendido en mí el deseo de contar, y de tener las herramientas para hacerlo. El exilio de la última dictadura cívico militar argentina me llevó a España, donde cumplí diez años. A pesar de que mi madre era leonesa, fue una crisis enorme el hecho de insertarme en un nuevo paradigma lingüístico, geográfico. Básicamente, me quedé sin referencias. El arrebato de un nuevo imaginario me puso frente al papel de un modo nuevo: como única forma de refugio. Quién soy, dónde vivo, esas preguntas básicas que decidí responder desde la ficción, inventándome nuevos nombres, asumiendo un relato cada vez distinto, funcionaron de entrenamiento para la escritura. O en todo caso, fueron el inicio de mi necesidad.
Me encanta el verbo deambular. Soy una vagabunda entre géneros, a eso aspiro. No me interesan los proyectos cerrados, me provocan claustrofobia. Si bien cada disciplina tiene claves específicas, conocerlas libera el sentido de las demás. En ese cruce ocurre todo lo que me interesa. Que los géneros estén alambrados no me preocupa, la poesía es una tijera eficaz.
No tengo idea. Es decir, no pienso en esos términos para escribir. Más bien me aparecen algunos seres, su fraserío, un modo de pensar, un estado de conciencia. Nada muy armado. Susurros, digamos. Me apareció Jacinto haciendo preguntas para seleccionar mujeres. Mujeres aptas. Para qué, me dije. Ahí comenzó la interrogación más racional.
Recordé la guerra de Malvinas. Por entonces yo vivía en Madrid, pero estaba de casualidad haciendo cola para visitar el palacio de Versalles. Mi vida nunca fue sencilla (risas). Y vi un diario donde decía que Argentina le había declarado la guerra a Gran Bretaña. Me pareció un hecho propio de lo fantástico. También pensé que mi francés era tan malo que estaba leyendo mal la noticia. Enseguida llegó carta de mi madre, yo estaba haciendo un intercambio, donde me contaba los pormenores del sinsentido. Las mujeres de aquellos años donaban sus cadenas de oro para los soldados, supuestamente. Nunca les llegó nada a ellos, más que la muerte o la derrota. No sólo en las islas sino a su regreso. Pensé que las mujeres de esta nación imaginaria, tan similar, serían utilizadas por el Estado. Para qué, me pregunté. La respuesta es la novela.
Creo que el eco de la historia argentina era inevitable. Y no iba a escribirlo desde el costado femenino, qué palabra, del asunto. Ni desde el vencedor. Necesitaba una voz intermedia, en este caso la de un funcionario que no sabe lo que hace, pero ayuda al poder a completar su programa nefasto. La ignorancia y la sumisión de la gente común son utilitarias para sembrar lo que consideramos el mal. La obediencia, a veces, causa estragos.
No es la primera vez que lo que escribo sucede, y con esto no quiero decir que me considere gestora o profeta de nada. Aunque creo que la imaginación es una forma de profecía y que, si se está atento al entorno, la realidad es extremadamente previsible. La vacuna de mi novela es un modo de mutar en vida la desgracia de los «apestados», de inmunizarse para contribuir. A qué. A sostener una mentira, una falsa dicotomía. La salud y la enfermedad conviven en el cuerpo social, no hay dos lados.
Decidí cortar los textos en alusión al oficio de Jacinto en la carnicería de su padre, antes de ser funcionario. Afilador de cuchillos que no va a usar. Me gusta que la forma alimente el discurso. Pensar el objeto como un organismo que se organiza desde la función y la forma me libera, además, de escribir lo que no me interesa: descripciones que no conducen a nada.
Argentina como potencia exportadora de carne ha construido metáforas de toda índole en nuestras cabezas. Además, en la literatura argentina, se considera fundacional un texto llamado El matadero, escrito y protagonizado por hombres, donde se lleva a cabo una violación. Quise que las mujeres de mi ficción pasaran de ser utilizadas como vacas camino al matadero, a sujetos de deseo, sujetos en rebeldía. Las mujeres, en el canon literario argentino, hemos sido objetos de decoración hasta hace muy poco. Me gusta discutir ese canon desde el absurdo. Y desde un género menor: la falsa ucronía.
He escrito muchas narradoras en primera persona, era un desafío desoír lo que sé y ponerme en ese cuerpo. Además, había un aire kafkiano que explorar. Inventé una Junta de gobierno compuesta por tres hombres y un grupo de mujeres numeradas, necesitaba un interlocutor entre ambos mundos. Así nació Jacinto, un ser intermedio. Y vegetariano.
Las ficciones oscuras requieren de filtraciones de luz. Así hay contraste. Por otro lado, el humor me puede. Soy de las que se ríe en la desgracia. Es mi armadura. Escribir es una forma de desobediencia. Hacerlo sin cuestionar el sistema, cualquiera que sea, no tiene sentido, para mí.
He terminado una novela y un libro de cuentos. Corrijo y descorrijo, además, dos libros de poesía. Todo antes de la Pandemia. La cuarentena no sé qué me traerá. Nada bueno, seguro.
Cualquiera de Beckett. No recuerdo cuál fue primero.
Borges. Demasiado perfecto.
La poesía de Alejandra Pizarnik.
Releo poesía o textos entre el ensayo y la revelación: Michaux, Nancy, Lispector.
Nunca termino de leer En busca del tiempo perdido, de Proust. Prefiero su Bouvard et Pécuchet .
La Biblia: una ficción excesiva.
Anne Carson (no importa que la hayan leído).
No me gustan las citas y menos, las literarias.
El cuarto mundo, de Diamela Eltit.
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Nación Vacuna de Fernanda García Lao
Tenemos descendencia para que hagan lo que no pudimos. Somos vagos: es más fácil engendrar que vivir. Un hijo es un sustituto que invariablemente rehúsa la tarea para la que fue concebido. Un traidor.
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Nación Vacuna de Fernanda García Lao
Seré un mártir. Morir, a la larga, salva. No a uno, al que le sigue. Al infeliz que llega después y se pregunta para qué tanto paisaje y tan poco sentido.
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Nación Vacuna de Fernanda García Lao
Cuando abro los ojos parezco otro, un idiota exiliado de sí mismo.
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Nación Vacuna de Fernanda García Lao
Dice que está desencantada con sus señoras, que son todas un desastre. Muy sucias. Salvo una. Virgen, decente, callada. Una momia, le digo.
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Sulfuro de Fernanda García Lao
Si las ideas son como el agua, una corriente, un sistema que no tiene lugar, que sucede en todas partes, quén dice que un pensamiento no nace en la entrepierna y viaja por la médula hasta encarnar el Verbo. Las ideas son leche que no has de tomar.
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Nación Vacuna de Fernanda García Lao
Camino hacia su dormitorio, sin perfume. Que me huela por lo que soy. Basta de eufemismos.
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¿Quién es el protagonista de la historia?