Cuentos de Anton Chéjov
En Oreanda se sentaron en un banco, cerca de la iglesia, y estuvieron mirando el mar, allá abajo, en silencio... Sentado junto a una joven mujer, que a la luz del alba parecía tan bella, calmado y hechizado por aquel fabuloso decorado —el mar, las montañas, las nubes, el cielo abierto—, Gúrov pensó que, en esencia, si bien se piensa, todo es bello en este mundo, todo, salvo aquello que pensamos y hacemos cuando nos olvidamos del supremo sentido de la existencia, de nuestra humana dignidad.
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