La pasión de Mademoiselle S. de Anónimo
¡Qué hermoso estabas esa mañana, listo para violar salvajemente esa carne que se te ofrecía! De pronto te abalanzaste sobre mí. Tus dedos se imprimía en mis nalgas, que enrojecían bajo tu azote, y antes incluso de que tomara conciencia de tu audacia, con una embestida irresistible me plantaste en el agujero oscuro del culo tu rabo enhiesto y duro que malhería en su ir y venir mi carne íntima.
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